Con el temor de verme en la situación de que un policía me conteste “su historia es muy interesante señor pelmazo, así que voy a transcribirla en mi máquina de escribir invisible”, es por eso que envío mi denuncia por aquí.
Subirse a un ómnibus capitalino (cuando hablo de capitalino hablo de Montevideo) es toda una experiencia de supervivencia; como bien lo contó alguien en un blog que no me acuerdo el nombre pero creo que está a favor de la libertad condicional de los presos, o algo así.
Pero no quiero hablar de la experiencia arriba de un ómnibus, o sí, capaz que me desvío e intentando rellenar espacios contaré experiencias arriba de uno. Quiero hablar de la experiencia debajo de este transporte, o sea, la espera del mismo.
Todavía estoy esperando que coloquen en las paradas el reloj que el gobierno nos prometió. Ese que igual a los que utilizan los países organizadores de algo (cuando digo algo digo Mundial de fútbol o Juegos Olímpicos) pero para indicar cuánto falta para que el 145 llegue a la parada.
Seguramente dentro de poco se implante, ya que si tenemos en cuenta que la tarjeta electrónica demoró un año y medio en funcionar (pero nos sacaron cagando a que la saquemos a tiempo o si no la cobraban), mientras ese tiempo funcionaba a la vieja usanza la tarjeta se deterioró, y cuando llegamos a ese momento tan esperado de una recarga electrónica muchísimas veces esa tarjeta ya no servía para nada. ¿Y qué pasó? Todo el apuro con el que teníamos que sacarla por miedo a que nos cobren algo que por boludos tengamos que pagar ya que nos avisaron, sirvió de nada; la tarjeta se deterioró y cuando la fuimos a cargar no sirvió ni para regalarle la foto a tu abuela (tampoco la foto servía para dársela a nadie ya que era sacada con una web-cám de calidad estándar, y luego ensanchada vilmente en el Paint.
Tenemos la primicia. Éste sería el nuevo modelo de la empresa de ómnibus de color mayoritariamente rojo. |
Siguiendo esta lógica de la tecnología en nuestro país, los relojes en las paradas llegarán en el 2030, en el centro. Lo cual también llevará a los mismos problemas que tuvieron aquellos que sí pudieron cargar la famosa tarjeta; al poco tiempo se les quedó, los mandaron a la Intendencia, y ahí les recomendaron que se haga una nueva, y no gratis.
¿A qué voy? A la parada precisamente no, son las tres y media de la mañana y seguramente sea más fácil hacerle dedo a una nave espacial. Voy a que uno nunca sabe cuándo va a venir el tan ansiado medio de transporte capitalino que lo dirija a uno al lugar donde se le cante.
Usted en este momento se estará preguntando –entre otras cosas como qué tiene que hacer este pibe en su vida levantado a las tres y media de la mañana, lo cual también lo lleva a usted a tener tremendas ganas de meterle un click abajo a la opción “Estás al pedo m’hijo”- dónde está mi denuncia. Mi denuncia refiere al clarísimo complot que las empresas de transporte (todas, no se salva ninguna) están empleando en mi contra.
Ya creerán que estoy loco, pero no es así. Está científicamente comprobado que cuando espero un ómnibus, siempre pasa el que nunca pasa, y el que tiene fama de que pasa siempre, nunca pasa o demora una eternidad (como la del fútbol uruguayo para ganar algo).
“Cuestión de sensación térmica” dirá usted, señor Tabaré Vázquez. “Tas pirando” dirá usted señor plancha. “Los partidos son de 90 minutos, yyyyyyyyyyyyyy… eeeeeeeeeeh…” dirá usted señor Diego Aguirre. “Pipipipi pipipipipi” dirá usted señora Chris Namús. “No”, digo yo.
Es imposible que pase primero el que uno espera. Y he hecho la prueba al revés, esperando el que siempre pasa primero y me deja comiendo bronca, e igual, lo mismo, nunca viene y siempre termina pasando más de una vez el 300 antes de que llegue el 522. Claro, usted ahora dirá que el 300 tiene flor de fluidez, ¡mentira! El 300 es el que generalmente espero y siempre caen una docena de quinientos veintidoces o ciento cuarenta y nueves adelante. Véngase a vivir aquí y compruébelo. Pero como buen científico que soy hice la prueba al revés, y el resultado es exactamente el mismo.
En fin, poco tiene uno en subirse al ómnibus y enfrentarse con eso tan repugnante que representa la vergüenza de nuestro país, ¿hablo del caño? No, de la gente. Batallas campales por agarrar el asiento libre, que hasta miedo le da a uno ver los ojos inyectados en sangre de la persona que lanza su culo gordo y celulítico arriba del asiento con ventana y vista privilegiada, esa vista que cualquier turista pagaría por venir a ver, esa vista que próximamente Forlán promocionará diciendo “ven a conocer la vista de los ónibus del Uruguay. Gente durmiendo en la calle, baldosas flojas, vecinas barriendo, y vendedores puteando al chofer desde afuera porque no lo dejaron subir”.
Antes de esperar un ómnibus uno podría leerse un libro de bioquímica entero y con pausas para pensar lo que dice, pobres los que sufren ese complot en su contra por parte de las empresas de transporte. Y ni te digo esas personas que esperan ómnibus en paradas donde prácticamente pasa uno solo, que Dios se apiade de ellos, digo, de nosotros…
Seguramente usted chofer o guarda de ómnibus querrá insultarme, agredirme, cerrarme la puerta en la cara o decirme que mi tarjeta no tiene saldo. Para eso le dejo aquí un lugar donde puede quejarse
Seguramente usted chofer o guarda de ómnibus querrá insultarme, agredirme, cerrarme la puerta en la cara o decirme que mi tarjeta no tiene saldo. Para eso le dejo aquí un lugar donde puede quejarse
Aquí está la situación que les dije que temo encontrarme si denuncio el complot que hay en mi contra.