La llamada 5


El mundo sigue lleno de comprobaciones y a veces las cosas no son como creíamos; Luisito Suárez al final terminó siendo más twittero que Diego Forlán, y ningún medio lo dice.
Hablando de Twitter, al final se ganó respeto y su lugar en el ambiente deportivo uruguayo. Y por ende en los mamaderas (donde me incluyo) que seguimos a muchos de ellos.
Ojo, hay mamaderas con códigos –soy de éstos- y mamaderas sin códigos, esos que siguen a todo tipo de persona que haya aparecido al menos 30 segundos en televisión. No me digan que no, si “el gordo de la Colombes” se hace un Twitter, conseguirá automáticamente 10 mil seguidores.
Pero en realidad quería hablarles del tema Gregorio Pérez y su vigésima novena destitución del Club Atlético Peñarol. No, no piensen en el chiste fácil, no lo destituyeron mediante un twit.
Pero sí, aparentemente, una periodista de nuestro medio se adjudica la primicia, que dio a conocer mediante esta red social. Ya saben de quién hablo, esa de los colores fluo. Esta periodista manifestó que fue –nuevamente- echado por teléfono.
En fin, todo este preámbulo fue para traerles, en exclusiva, el nuevo diálogo telefónico por el cual cesaron al DT carbonero. Además debo decirles que nosotros fuimos los primeros en saberlo, claro, la muchacha de permanente bronceado caribeño (sigue los pasos del maestro Julio) debe tener un blackberry o algún teléfono parecido donde no tenga que darle duro a la tecla del 7 para que funcione.
Pero nosotros tenemos el diálogo, en bruto, sin censuras, sin procesar, entre Juan Pedro Damiani y Gregorio Pérez. Necesitábamos tiempo para transcribirlo, y además nadie me paga para dar una noticia (si usted quiere contratar mis servicios y pagarme para que yo ejerza mi verdadera profesión de periodista, escriba a fijatesipusolapuerca_blog@hotmail.com, no lo dude dos veces).*
Sin más explicaciones, el diálogo:
¡Riiiiin, riiiiin, riiiiin! (Suena el teléfono de Gregorio)
Gregorio: Aló.
Juan Pedro: Hola Gregorio, ¿cómo le va, don?
Gregorio: Acá andamos Juan Pedro, en una reunión familiar…
Juan Pedro: Ah, pero qué lindo Gregor, ¡la familia unida! Así me gusta, vio que uno llega a una edad donde quiere a toda la familia. ¿Vio cómo es, no? cuando uno se vaya a mejor mundo alguien tiene que hacer la colecta para los sanguchitos aunque sea.
Gregorio: Bueno, no…
Juan Pedro: Mire Gregor, ¿sabe para qué lo llamaba?
Gregorio: No me diga que…
Juan Pedro: ¿No me diga que qué, Gregorio?
Gregorio: Que me van a ¿echar?
Juan Pedro: No, ¡no! pero ¡por favor! ¡Faltaba más! Le hablaba porque, mire, estábamos reunidos acá en el Palacio con los muchachos, tomando algo ¿vio? Mirando un poco el partido de Nacional y Defensor, nunca se sabe si Defensor no te suelta un juvenil y queda libre, vio cómo es… Y ta, se me dio por llamarlo, ¿en qué anda Gregor?
Gregorio: En este momento en una reunión familiar, el cumpleaños de…
Juan Pedro: ¡Ah, pero qué lindo! La familia reunida, me acuerdo cuando el viejo nos juntaba a todos y nos mojaba el chupete en whisky. Qué tiempos aquellos, el viejo se mamaba y le daba por esas cosas…
Gregorio: Sí, qué se le va hacer…
Juan Pedro: En fin Gregorio, ¿usted mañana qué tiene que hacer?
Gregorio: Temprano a Los Aromos, al entrenamiento, como siempre.
Juan Pedro: Ah, justamente le quería hablar de eso. No…
Gregorio: ¿No…?
Juan Pedro: Que no… Ehhh… Que no camina ese plan, don Gregorio. No va más lo suyo.
Gregorio: ¿Cómo me dice?
Juan Pedro: Sordo encima el viejo (murmura y carraspea la garganta).
Gregorio: ¿Cómo…?
Juan Pedro: No, perdón, me atraganté con un chizito acá con los muchachos. Estábamos mirando a Nacional, serio este Gallardo ¿no? Me gusta como entrenador.
Gregorio: Bueno…
Juan Pedro: Le decía Gregorio: ¿qué hace usted mañana?
Gregorio: Al entrenamie…
Juan Pedro: Ah, sí, me dijo. ¿No se da una vueltita por el Palacio mañana? O ahora, no sé, ¿en qué anda usted?
Gregorio: En el cumpleaños de…
Juan Pedro: Ah, cierto, me dijo. Si se anima péguese una vueltita por el Palacio mañana y vamos firmando esos papeles, formalidades ¿vio, don?
Gregorio: ¿Qué papeles?
Juan Pedro: Nada, una pavadita. Lo mismo de siempre, como siempre ¿no? ¿Eh? ¿Me entiende bien, no?
Gregorio: No, mucho la verdad que…
Juan Pedro: Pavaditas, formalidades. Si no después me salen diciendo “que siempre por teléfono, que esto, que lo otro”. Porque el chistecito del facebook y el Twitter me lo he tenido que bancar demasiado, pero ¿le soy sincero? No entiendo todavía esas cosas.
Gregorio: Y yo no lo entiendo a usted, Juan Pé…
Juan Pedro: Usted me entiende, don. ¿En qué andaba?
Gregorio: En un…
Juan Pedro: Cierto, me dijo. ¿Le molesta si le caemos en un rato con los muchachos? Digo, si le queda un cacho de pizza y eso, alcohol no tanto, ya se nos mamó el José Carlos hace rato.
Tu, tu, tu, tu, tu, tu…
*Che, en serio pueden escribir a esa dirección. A vos, Eva Ullman, no te creo nada, no me escribas en inglés que no entiendo nada además que gané un millón de dólares.
“Venga ese abrazo, don. ¿Sin rencores, tá? El pasado es pisado, hoy abrimos una nueva etapa en Peñarol y cortamos los cables del rencor... y los teléfonos. Y le volvemos a abrir la puerta grande para que vuelva la institución, mañana mismo mando a cerrar la otra banderola. Cosas de la vida ¿no? Hoy estás, mañana no. Hoy te llamo, mañana me llamás”, eran las palabras de Juan Pedro Damiani en la presentación de Gregorio Pérez como DT aurinegro.

Hay mucha gente


He vuelto, y no crean que las vacaciones de mi cerebro creativo se hayan extendido más de la cuenta, ni que el ocio me consumió tanto que ni para hacer humor me dio.
A mi cerebro no se le da por mirar culos en la playa ni fotografiarlos para después subirlos al facebook y decir “mirá que vivo que soy”. Tampoco se le dio por comprar un plasma, me bastó con un fin de semana de absoluta pereza entregado a los placeres de un Spica de 14 pulgadas. La razón de mi demora: los quehaceres estudiantiles, me enchufé una semanita y te terminé un informe de radio de 13 minutitos.
“Se agrandó Chacarita”, dirán. Nada más alejado, Chacarita todavía está en el Nacional B y sin pena ni gloria seguirá allí, hasta que un día a alguien le convenga sacarlo.
Además de esa semanita donde me enchufé, como les dije, mi cerebro creativo vacacionó en el Arroyo Pantanoso. Económicamente Fijate si puso la puerca da para eso, nada más. No, no es lo que se imaginan: no jugó al Survivor esas tres semanas, sino que paseó por Montevideo y por el país, miró informativos, se indignó y entró al facebook y al Twitter, como cualquiera de ustedes. Pero jamás presumió la vida que estaba llevando mediante fotos de “yo en X lado, con X personas abrazados con caritas de ‘oh qué loco que somos, nos estamos dando unas vacaciones a lo yanqui, el mes que viene vuelvo a la Universidad y los encajo a la hora del recreo con una calibre 22’”.
En esas recorridas traté de recabar datos, grabé in-fraganti a muchas personas, las filmé, saqué apuntes o simplemente las escuché y por deformación de la memoria construí relatos; básicamente lo que hace un antropólogo, digamos.
Recreación de la realidad, nada más. No me burlo de vos, burgués.
En todos estos relatos concluí algo: cuántos problemas tiene la gente, pucha. He aquí muchos de ellos:
-Hay gente que no tiene plata para el boleto, supongo que algún día me encontraré con personas que me digan “ey flaco, ¿no tenés una moneda para recargar la tarjeta de boleto’?”. Por ahora no.
-Hay gente que sufre interminables cuarenta minutos de depresión a falta de caviar para acompañar el vino añejado que la secretaria les regaló para Navidad.
-Hay gente que se te deprime hora y media porque compró mejillones vencidos y faltan nada más que tres horas para la novela, y no da el tiempo para ir a cambiarlos.
-Hay gente que no tiene plata para comer.
-Hay gente que se estresa a causa del final inesperado de la novela. “Muy pavo” dicen, y llaman a la Cigale para pedir dos quilos de helado de arándanos, para endulzar la amargura que les ocasionó.
-Hay gente que se amarga porque el repartidor de dicha heladería demoró quince minutos y cayó a la puerta de su mansión en Punta del Este con la luz amarilla del semáforo enganchada a la rueda trasera de la moto.
-Hay gente que se agarra flor de depresión porque ve gente durmiendo en la calle, dos minutos después ingresan a McDonald y piden una ensalada, pero sin tomate porque les cae mal a los riñones si comen tomate el mismo día que se indignan.
-Hay gente que no tiene plata para la entrada y va igual a los estadios.
-Hay gente que consigue la plata para la entrada y después necesita para el vino.
-Hay gente que se indigna por la Justicia de nuestro país porque no encuentran al culpable del rayón que le apareció al Mercedes la mañana siguiente al carnaval de La Pedrera.
-Hay gente que tiene que pasar el verano trabajando.
-Hay gente que se indigna por la realidad de este país: que haya one laptop per child pero no hay un Summer a la yanqui per people; el disgusto que se te agarra esa persona, se tiene que tomar dos tequilas seguidos para olvidar la triste realidad de nuestro injusto país.
-Hay gente se te agarra una tristeza bárbara justo en vacaciones porque no encuentran un shopping abierto un sábado a las tres de la tarde para comprarse una pulsera re hippie, para salir de noche.
-Hay gente que no para de llorar cuando le dicen por teléfono que el pollo a la provenzal demora media hora en llegar.
-Hay gente que se agarra flor de depre si ven a un patovica de Pogo pegándole a un plancha, tal depresión que prometen no cantar “Ai se eu te pego” la primera vez que la pasen.
-Hay gente que tiene que estudiar en verano.
-Hay gente que te dice “no tengo un peso, viste lo bravo que está hoy en día” y te enterás por un vecino que se fueron de vacaciones a Porto Alegre dos semanas. También te dicen “mi hija tiene problemitas” y vos quedás pensando “ah, pero qué voz parecida a la tuya tiene tu hija”. Luego te afirman “mi hija es esquizofrénica”, y quedás pensando “qué voz de hombre tiene la gurisa” cuando la escuchás gritar durante hora y media “¡te dije que no hay Gabriela, no-hay! ¡Cuando te digo que no es no! ¡Es no! ¡Es no! ¡Es no, y punto! ¡Es no! ¡¿Qué hacés vos si yo te dejo, qué haces?!
No, estas cosas no pasan. Lo habré soñado en la reposera cuando me refrescaba las patas en una palangana en el patio de casa, mirando pasar gente –que no pasaba porque eran las tres de la tarde un miércoles de la primera quincena de enero-, y esperando que se haga de tardecita para tomar mate en la plaza o mirar la FA Cup.

El Negro

Bueno, terminando las vacaciones de mi cerebro creativo, ése que por las noches ataca una hoja en blanco de Word para escribir cuanta cosa se le pase por las entrañas imaginarias del cerebro, vengo a traerles el último homenaje. 
Se trata de un texto muy especial, de un libro -que como casi todos- me regalaron. Y resultó ser un desafío, incursioné en la lectura de alguien que -cuando niño- conocí su voz una noche de verano, cuando dormía en otra habitación de mi casa y en el suelo, porque mi cuarto estaba recién pintado. Dicho sea de paso, la humedad volvió a avanzar hace años ya, y la pintura de esos días resultó ser inútil. Hoy continúo mirando el techo como lo hacía antes, imaginando figuras y reconociendo caras en esos negros diseños sobre la vieja pared blanca.
Pero esa noche fue especial y valió la pena. Prendí la "radio chiquita" y conocí su voz, conocí su sabiduría y disfruté su humor. Hablo de Alejandro Dolina, o como lo concen "el Negro".
El libro se llama "Crónicas del Ángel Gris" y narra historias de barrio, historias del barrio de Flores, su barrio, típicas porteñas y por qué no, muy uruguayas.
Terminando la licencia sin salario vacacional que mi cerebro creativo se tomó, les dejo el último homenaje, un texto que de verdad vale la pena tomarse un tiempo y disfrutarlo:

El ballet en el barrio de Flores
El bailarín más famoso que existió en el barrio de Flores era un mozo de café. Fue coreógrafo, director y maestro. Pero siempre debió ganarse la vida en La Perla de Flores.
Antiguos parroquianos aún lo recuerda atravesando el local en puntas de pie, cargando la bandeja como una ofrenda pagana, cayendo de rodillas para agradecer una propina y saltando sobre las mesas con los brazos en alto, cuando alguien lo llamaba. Si había poco trabajo, se entretenía en la barra, con un pie en el suelo y otro sobre el mostrador.
Se llamaba Aldo Manfredi. En sus modestos comienzos concurría a los asados o a las fiestas de cumpleaños y esperaba pacientemente. Nunca faltaba el comedido que lo invitara a mostrar su arte.
-Báilese algo, Manfredi.
Sin hacerse rogar mucho, el hombre se largaba con su número, ataviado con un calzoncillo largo y calzando unas viejas y embarradas zapatillas de baile. Muchas veces era provocado por los borrachos o los pendencieros que se complacen en hostilizar a los danzarines. Sin dejar de bailar, Manfredi pelaba un revólver que llevaba siempre en la chaqueta y con desplazamientos de gran plasticidad daba a entender su resolución de agujerear a quien tuviera ganas de seguir la broma.
Fuera por su talento o por su bufoso, lo cierto es que Manfredi era aclamado en todas partes.
Sin embargo, su verdadera fama la alcanzó siendo ya hombre maduro, al fundar el legendario Ballet de Flores, un cuerpo del que surgieron ideas formidables, no siempre cabalmente apreciadas por el público y la crítica oficial.
Organizaba espectáculos con el apoyo de los comerciantes de la zona. En ocasiones, los bailarines lucían inscripciones en su vestuario. Las orquestas eran poco numerosas. A veces se limitaban a tres guitarristas.
Manfredi tenía por costumbre ubicarse entre bambalinas para observar de cerca todas las figuras. Desde allí alentaba a los bailarines y con frecuencia les hacía oportunas indicaciones. Sus gritos se oían desde la platea.
-¡Más adelante, Pocho, más adelante…!
-¡Un poco más de gracia, Carlos, caramba…!
Si las cosas no marchaban bien, no vacilaba en irrumpir en el escenario para repdender a los más torpes.
Con las muchachas era amable y paternal. Pensaba que muchos bailarines aprovechaban los momentos de más estrecho contacto para propasarse.
-Saque la mano de ahí –gritaba indignado.

Tal vez por eso evitaba en sus coreografías los amontonamientos promiscuos y los brazos prolongados.
Pero el aporte más original de Aldo Manfredi fue –sin duda- su teoría del argumento, expuesta a través de un breve opúsculo que obligaba a leer a sus alumnos y que –tal vez- estaba escrito así:
“El baller es un género muy extraño. Un grupo de personas refiere una historia mediante pasos de baile.
La eficacia narrativa de este procedimiento es por lo menos dudosa. Así parecen comprenderlo los comentaristas, quienes suelen explicar minuciosamente el argumento antes del espectáculo.
Ocurre que un salto en el aire resulta muchas veces insuficiente para comunicar los sucesos tan complejos como un desengaño amoroso o la renuncia al trono de Polonia.
Para expresarlo redondamente: existe la sospecha general de que sin auxilios exteriores nadie sería capaz de comprender la naturaleza de los episodios que se representan”.
Y en verdad, Manfredi conocía estas sencillas verdades por propia experiencia. Varias veces había intentado convertir en ballet libros que leía. Y el público jamás captaba nada que fuera mucho más allá del título.
En colaboración con el músico Ives Castagnino, había preparado una versión de los Ensayos de Montaigne. Casi se vuelve loco tratando de lograr que los bailarines dieran a entender la fugacidad de las doctrinas científicas, la constancia del afecto de las bestias o el crecimiento de nuestro deseo ante las dificultades. Y eso, para no mencionar las abundantes citas de Marcial, Oviedo, Lucrecio, Plinio, Vegecio, Cicerón, Horacio o Tito Livio, que ni por casualidad eran captadas por los observadores. Por otra parte, el título Ensayos fue interpretado equivocadamente por muchas personas, con las consecuencias que el lector culto ya se irá imaginando. Para remediar estos inconvenientes, Alo Manfredi inventó su famoso Lenguaje del Ballet o Taquigrafía Bailable. Básicamente consistía en asignar a cada gesto, a cada paso y a cada figura un significado permanente. Abrir los brazos indicaba amor, caer en el suelo era la muerte, recorrer el escenario mirando hacia arriba denotaba la ingenuidad.
Con el tiempo, la colección de movimientos y conceptos se fue haciendo más amplia. Veamos:
Sentarse en el suelo: obcecación, testarudez.
Situarse a espaldas de otro bailarín: traición.
Saltar en un pie: renguera.
Golpearse el pecho: admisión de culpas, remordimiento.
Arrastrar la panza por el piso: intrigas de palacio.
Girar el dedo índice en la vecindad de la oreja: locura.
Tambalearse: ebriedad.
Dar vueltas carnero: adhesión al idealismo platónico.
Girar un bailarín alrededor de otro: adhesión a la doctrina heliocéntrica.
Andar en cuatro patas: instintos bestiales.
Formar un gran círculo con los dedos índice y pulgar de ambas manos: otro ha tenido más suerte.
De todos modos estas claves siempre eran insuficientes y así Manfredi llegó a concebir un paso diferente de cada palabra, incluyendo pronombres, preposiciones y conjunciones. El diccionario resultante abarcaba cuatro mil vocablos con sus correspondientes volteretas.
Conforme a este método, el Ballet de Flores llegó a estrenar El hombre mediocre de José Ingenieros con música de tangos del novecientos. La experiencia fue desastrosa. Los bailarines conocían el código de Manfredi, pero el público no. Además, ocurría algo no previsto. Una frase bella en el lenguaje escrito correspondía a gestos y evoluciones cuya combinación resultaba torpe y sin donosura. El coreógrafo quiso ver en esto una consecuencia de la caprichosa sintaxis de Ingenieros. De cualquier modo, ya nunca más volvió a insistir con la Taquigrafía Bailable.
Probó más tarde con la intercalación de Explicadores en la platea. Cada tres o cuatro asientos, un individuo perfectamente aleccionado comentaba los sucesos del escenario:
.-Miren, miren… ahí está el traidor.
-Ah, claro… es que está soñando…
-Ésa es la hechicera… Está preparando un filtro mágico para seducir a la princesa.
El sistema de los Explicadores se hizo insostenible por los altos costos y por el fastidio del público que reclamaba silencio; aun a riesgo de permanecer en la ignorancia.
Manfredi dio un paso más y así nació el Ballet Hablado. Los propios bailarines proporcionaban información indispensable.
-Soy el gigante del bosque…
-Gran siete… me muero…
-Al que consiga rescatar a mi hija de la torre del castillo, le daré mil piezas de oro, le daré…
Los espectáculos se deslucían a causa de los resoplidos. No es fácil bailar y dar saltos prodigiosos mientras se recitan parlamentos complicados. Sin embargo, La tragedia de Y, de Ellery Queen, salió bastante bien.
Manfredi no sólo buscó ideas nuevas para dar a entender los argumentos. También se preocupó por incorporar al baile elementos populares y atractivos para que las muchedumbres se acercaran al arte grande. Influido seguramente por ciertos artistas del café-concert, resolvió alentar a la participación activa del público en sus obras. Al principio lo hizo tímidamente; en ciertos pasajes musicales, el director de la orquesta gritaba:
-A ver esas palmas…
Después concibió números donde los artistas bajaban a la platea y allí bailaban. Finalmente, instruyó a los integrantes del ballet para que obligaran a algunas señoras a intervenir en la danza. Así, muchas damas respetables eran revoleadas por el aire por lujuriosos faunos, ante el regocijo de la tertulia y la indignación de los maridos.
Gracias a estas innovaciones, la concurrencia creció. Pero la presencia de Manuel Mandeb, el ruso Salzamán y otros atorrantes del barrio acabó por generar incidentes gravísimos. Contagiados por el clima participativo, los muchachos del Ángel Gris subían al escenario y molestaban a las bailarinas mientras sostenían –a los gritos- la necesidad de bajar al artista de su pedestal.
Adelantándose a su tiempo, Manfredi montó espectáculos de danza en la calle, que no siempre encontraron la buena voluntad de los vecinos ni de los conductores de camionetas. En cambio tuvieron muchísimo éxito sus Tangos con su correspondiente Letra para Bailar. Habitualmente un ballet de tango se limita a estilizar los pasos populares. La creación del mozo de La Perla fue una cosa enteramente distinta.
Se oía un tango cualquiera con su correspondiente letra. Los bailarines realizaban entonces pasos y figuras de un clasicismo irreprochable, representando el argumento del tango. En Mi noche triste un hombre abandonado recorre su pieza y verifica la desolación de sus pertenencias, contagiadas de tristeza. Acquaforte admite innumerables personakes: ancianas floristas, milongueras envejecidas, vendedores de diarios y libertinos miserables.
Fueron memorables las versiones de Portero suba y diga, Por seguidora y por fiel, Mano cruel y A la luz de un candil.
Aldo Manfredi era –tal vez sin saberlo- un artista romántico. Creía, como Keats, que la belleza y la verdad son una misma cosa. Se proponía antes que nada provocar en lso espectadores aquella suspensión de la incredulidad de la que hablaba Coleridge. Jamás pudo lograrlo del todo a pesar de sus esfuerzos conmovedores, o tal vez precisamente a causa de ellos.
Poco a poco se fue desalentando. Y un día resolvió que el ballet no le servía para alcanzar sus desmesurados propósitos.
En los últimos años de su carrera supo integrar un grupo de danzas folklóricas que ilustraba a golpes de malambo cualquier episodio de la historia argentina accediendo incluso a los pedidos del público presente.
Un día salió de gira y ya nadie volvió a verlo. En La Perla de Flores hay ahora otros mozos que nada saben de bailes clásicos.
Pobre Manfredi… Buscó milagros por los caminos más racionales. Derrochó su genio tratando de dar explicaciones. Y no comprendió jamás que el arte es misterioso y conduce a la emoción antes que al entendimiento.
Bienaventurados los que han aprendido a llorar sin hacer preguntas.