Lo admito y aviso: voy a
escribir en caliente, no me hago cargo de lo que diga.
Muchas
veces me hablan de la tolerancia, del respeto, del mate lavado y de las tortas
fritas con azúcar. No puedo pedirle tolerancia a la gente y quieren pedírmela a
mí.
Allá
a 100 km de la civilización de un país al sur (o al norte en definitiva, porque
la imagen de globo terráqueo que tenemos está al revés de lo que es en
realidad; o eso me hizo creer algún profesor medio comunista) existe un pueblo
llamado Villa de la Floreada: muchas veces hablé de él, ésta es una nueva
oportunidad donde me voy a referir a esta especie de pueblo, que tiene ribetes
de sociedad pero la bosta en el pavimento termina echando por tierra la teoría
de civilización.
Existen las calles, es cierto, pero también
existen los laberintos. Hoy en día arbitrariamente a esta ciudad le están
pintando las calles de negro, y ni un cartel de pintura fresca que te avise. Ni
uno, solo algunos coquetos carteles que dicen “Hacemos lo que tenemos que
hacer, así que vos que estás viendo esto si me votaste vas a estar re contento
de cómo seguimos haciendo campaña incluso después de haber ganado. Y vos que no
me votaste vas a estar bien calentito cuando te digamos esto. Tá, para cartel
que avisa que hay obras de la Intendencia es un poco largo, pero bueno, después
de todo es parte de un discurso político. Ups, lo acabamos de admitir. Bueno,
chau. Ah, te decía: no pases por esta calle porque te pintás hasta el ojete”.
Ah, y también unas cintas, esas como las que ponen los botones cuando hay algún
herido, algunos autos accidentados o el café del oficial derramado sobre la
calle. No son brillantes ni fluor como la ropa de los planchas, pero por lo
menos el que las puso se sacó las ganas de colgar algo parecido a una vertical
en la tribuna de un estadio.
Y no es que tenga algo en contra del interior del país: para nada, no conozco ni tres cuartos del mismo, pero a Villa de la Floreada ya la conocí lo suficiente.
Ese
centro tan coqueto (claro, son 4 cuadras, era fácil hacerlo coqueto) inspirando
en figuras arquitectónicas de la moda renacentista del 2058: hoy se volvió
intransitable. No quiere decir que normalmente lo sea, porque la gente camina
en un constante (permiso a un amigo) ritmo de paseo dominguero, diferente a los
motociclistas –a los cuales ya me he referido- que andan a la velocidad de la
luz (o luz mala, en este caso) porque se les va…
Estaba
diciendo que se volvió intransitable (perdonen, ya estoy grande y me olvido de
las cosas, soy de la era pre halloween) porque una sarta de infantes coparon
las calles (no como barras bravas que a su manera –sana- rompen vidrieras para
consumir aperitivos que fomenten romper otra vidriera y así sucesivamente; sino
como infantes: jodiendo.
Decían
en mi época que halloween era invento yanqui, no se equivocan. Casualmente en
la era de influencia máxima del yankismo en nuestro país (un poco tarde ¿no?
uno diría que tanto empujaron con eso de Maconals y las hamburguesas que algún
día iban a influirnos, al contrario: yo te sigo prefiriendo un buen chorizo al
pan y en el estadio. No te voy a mentir, a mí me pegó más el single de
Cativelli que la M redondeada. Al final lo que terminó cayendo como pedrada de
influencia fue la costumbre de negro rapero de película doblada en Canal 4 los
sábados de tarde sino hay programa de chimento argentino de turno, es decir:
cadenas, remeras de beisbol, cadenas, piercings, cadenas y ainda mais). Otra
vez lo mismo, les estaba diciendo que estamos en la época de máxima influencia
yanqui en nuestro país, entonces halloween pega cada vez más en la gilada.
¿Y
qué quiere decir esto? ¿Qué cada niño de nuestro país saldrá vestido de
fantasma, bruja, hombre-lobo, demonio, o Curiel? No, que las niñas (en el
sentido casi que técnico de la palabra, porque tanta hamburguesa con hormonas
adentro [¿qué te creías? ¿qué no?] hace que con 12 años ya estén para ser
miradas lujuriosamente por los veteranos de camisa abierta y bermuda floreada,
en verano) saldrán vestidas de prostitutas a la calle a pedir caramelos.
Contentazos los veteranos.
Para
terminar, un consejo: si te cruzás un grupito de este tipo de niñas y sentís
que te tocaron, por favor revisá –aunque sea- visualmente la zona que te
rozaron. No vaya ser cosa que quince cuadras después descubras que tenías el
pantalón (gris claro) manchado por un líquido pegajoso e inoloro.
Lo
único que puedo decir es que mi inconsciente anda funcionando bien, ya que
instantáneamente me dijo que pronunciara un “pero son semejante pelotudas” (y me
contestaron que no lo eran, claro, técnicamente no), sin saber lo que me había
pasado, sólo por la situación de ver a las desvirgadas éstas pidiendo
caramelos. Sí, caramelos sí, hacémelo creer, a ver.
Una
fotito del cartel de entrada a mi pueblo, se las debía.
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