La historia a continuación narrada está basada en hechos reales. La similitud o coincidencia con los nombres se debe justamente a lo que les acabo de decir. Se pide disculpas de ante mano por todo comentario ensañado o con mala intención. De hecho, todo está escrito con mala intención. Aunque en realidad no queremos tener problemas, por eso cambiamos los nombres reales, perdón, esto ya lo dije.
Como siempre estamos pendientes de ofrecerles a ustedes, señores lectores, nuevas ideas y mayor desparpajo; acunamos una nueva idea para poner en práctica. El proyecto se trataba de una especie de “anécdotas de boliche”. Aprovechando nuestras vacaciones (sí, tengo vacaciones cuando otros no tienen) concurriríamos a varios boliches para ofrecerles a ustedes una crónica detallada de lo que acontece en la noche uruguaya.
La noche en el interior del país ya se palpitaba. Los motores típicos de la noche de sábado en Villa de la Floreada se escuchaban rugir cada vez que se enfrentaban a una vereda, en donde había gente dispuesta a maravillarse con tan reconfortante sonido. Las ofertas de siempre, los únicos tres boliches. Comenzaba la recorrida…
Comenzamos por el más nuevo en la ciudad. Suponiendo quedarnos en él ya que sería donde más gente había (por lo nuevo, a la gente le llama la atención lo nuevo, igualito a un niño razonando); además de que no teníamos plata para entrar a otro. (Aclaración: hablo en tercera persona por el complejo de futbolista que llevo adentro, ya lo había dicho pero el público se renueva; eso sí nunca lo dijo nadie).
Dicho boliche novedoso lleva por nombre “Soy Blanco y superior a vos campesino de mierda”. Llegamos temprano, el público (15 personas) se impacientaba afuera, ya que los porteros decidían hacer avanzar a la gente de a poco, para que dicha multitud no se amontone y entonces evitar problemas, discusiones, insultos, gritos, cánticos de guerra, disparos o el típico boludo que grita algo gracioso cuando la masa está esperando ansiosa, algo como “apurate que me estoy cagando”. Mientras, el público restante contemplaba el sonido ambiente de los motociclistas que exhibían sus motores ruidosos, su apuro por llegar a destino (algo los debe apurar a estos engendros, no puede ser que anden al palo en la moto todo el tiempo, además tengo la sensación que cuando pasan por una calle donde no hay gente que los mire bajan su velocidad, pero obviamente no lo puedo comprobar, a menos que mire detrás de la ventana, pero tan al pedo no estoy) y sus caños de escape averiados; un placer musical.
Pispiando a través de los porteros pude ver un cartel manuscrito que intentaba representar las reglas del derecho de admisión; bendito seas. Dicho manuscrito claramente legible por cualquier telescopio decía algo así: “NO SE PERMITEN GORROS NI CAPUCHAS”; nos quedamos tranquilos, el boliche ya no se llueve. Acotación: en su pasado dicho lugar –con otro nombre: “Lo del peludo en inglés”- solía ofrecernos paisajes turísticos increíbles. Días de lluvia se volvían un atractivo lugar para los amantes de las cascadas, pero al oscuro.
Miré mi atuendo y dije “opa, tengo capucha, mientras no me la ponga no tendré problema, supongo. ¿Qué hago? ¿Me la cortaré? (a la capucha mal pensado de mierda). Probemos, de última arranco para los otros boliches, mal yo en ponerme una capucha para un lugar con el ISO 666 ‘libre de capuchas y gorros’; para la próxima ya sé”, la gente me miraba razonar en voz alta, y comenzaban a tenerme miedo.
Decidimos entrar. Ingresando con el miedo de que mi capucha sea detenida a la voz de “alto señor, usted pasa, su capucha no”. Todo transcurrió con normalidad hasta llegar a la puerta (esa normalidad duró un metro), donde me vi obligado a levantar la cabeza, que escondía una mirada temerosa por el futuro de mi capucha, cuando escuché “alto señor, de pantalón deportivo no se puede entrar, reglas de la casa”.
En ese instante sufrí lo que científicos franceses llaman “deja vu”, ya que meses atrás recibí la misma orden de detenerme al intentar ingresar a un boliche de la ciudad Sarandí Chico, llamado “Ceniza Volcánica”.
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Puerta del boliche. Detrás estaba el cartel manuscrito. |
Como siempre pensamos en nuestros lectores (¿haremos bien?) decidimos no llevar dicha discusión hacia las armas de fuego, por eso emprendimos el viaje hacia un segundo lugar, al que más hemos concurrido en nuestra vida (se me fue la mano con la tercera persona y no puedo parar): “Europeo Colonizador y la puta que te parió”.
Al llegar, luego de toda la caminata necesaria para trasladarnos de un lugar a otro (cuadra y media), nos percatamos de que dicho boliche consta de dos entradas. Las malas lenguas dicen que por una puerta uno entra a un boliche con un nombre, y si sale por la otra, sale por la puerta de otro boliche, con otro nombre. Creemos que consiste en un misterio como la desaparición de las bermudas floreadas o Ricardo Fort.
Ta-te-ti de por medio decidimos entrar por la puerta de “Europeo Colonizador y la puta que te parió”, ignorando la puerta de “Desenfoque Bar” (Dios Bendiga al Traductor de Google).
Poca gente se divisaba afuera, parecía lógico ya que hacía frío; y en el interior hace frío de verdad. Bueno, la idea no es volvernos un uruguayo más y quejarnos de nuestro tibio invierno comparado al europeo o a cualquier otro; digamos que tenemos un invierno bastante flojito como invierno. Mucho frío sí, pero nunca una nieve, nunca un niño haciendo angelitos en el suelo. Un día intenté hacerlo pero el excremento de perro no era lo mismo que la nieve. Es todo un mercachifle que nos viene por televisión, nos muestran esos suéteres gruesos, mejillas rojizas, muñecos de nieve en la puerta de la casa, malvaviscos y estufas a leña en todas las casas, con sus medias navideñas esperando el regalo. Mientras que acá nos tenemos que fumar frío, lluvia, estufas a gas, paro del gas, muñecos de mierda en la puerta de mi casa, mutualistas saturadas, y gente en televisión que aconseja que nos vacunemos; esa no me la creo, en esa vacuna estoy segurísimo que nos quieren enchoclar la Navidad europea o alguna bacteria del consumismo. Por eso nunca me vacuno.
Me fui a la mierda. Estábamos en que me habían disparado en una pierna y un policía estaba herido. Perdón, estábamos a punto de ingresar al boliche. Como no hubo que hacer cola ingresamos directamente al hall que hace de boletería antes de ingresar al lugar. Apenas mi pie izquierdo pisa el lugar cruzo miradas con el vendedor, quien realiza el mismo movimiento con la mirada que el portero del anterior boliche; dirigiéndose hacia mis piernas. Antes que pueda decirle “¿qué me miras? ¿el bulto?” se anticipó diciéndome “no se puede entrar de pantalón deportivo. Ya lo venimos avisando por todas las vías habidas y por haber, de comunicación (facebook). Son reglas de la casa, disculpame en serio. De verdad disculpame, me siento una mierda haciendo esto pero es mi trabajo y cumplo órdenes. Es más, voy a largar mi trabajo ahora mismo y decirle la verdad a todo el mundo. ¡Sí! ¡Lo admito! ¡Soy demasiado sensible para portero de un boliche de mierda que tiene menos seguridad que un Cerrito - Rentistas en el (Parque) Maracaná, y la puerta de emergencia está dibujada con lapicera al lado de la puerta del baño de hombres, atrás de los casilleros de cerveza! ¡Renuncio! Me voy a vender productos de Nuvó.
Se exaltó el portero. A pesar de su renuncia igual no pudimos ingresar, las reglas de la casa seguían siendo las reglas de la casa. Inmediatamente me dirigí a la otra puerta, la de “Desenfoque Bar” (¡oh! Alabado seas Traductor de Google), en donde no necesité poner un pie cuando el portero me miró como diciendo “no flaco, ya escuchaste al mariposón del portero anterior que va corriendo allá por la esquina gritando y llorando”. Sin mediar palabras me sentí como ellos querían que me sienta, ignorado, excluido y con ganas de hacer correr sangre inocente con una molotov reventando el hall de entrada para que se propague enseguida a la barra de entrada y que el alcohol en abundancia haga destruir por completo el piso de abajo, haciendo que también se destruya el de arriba ya que caería inmediatamente.
Luego de ese segundo cargado de nobles pensamientos hacia el prójimo agaché mi cabeza y tomé la misma dirección que el maricón del portero que acababa de renunciar, ante la mirada atónita de los excluidos en la vereda de enfrente, y la quiosquera que asomaba la cabeza entre medio de los caramelos masticables y las pastillas mentoladas.
Mi rumbo era mi hogar, mi cama y acostarme a dormir indignado. Ya las crónicas de boliche estaban echadas a perder, mi tristeza por ustedes, los lectores, me había ganado. A una cuadra se encontraba el tercer y último boliche, “En tono de grises”, al que nunca había ingresado. Y tampoco iba a ser ésta la excepción, simplemente me acerqué a la puerta con la intención de consultar si mi apariencia era bienvenida. La respuesta fue la misma, y ya entré a pensar que esta gente tiene un casette adentro, “reglas de la casa”.
Volviendo a mi casa, mientras me limpiaba alguna ceniza que quedaba en mi ropa iba reflexionando. Y jamás llegué a una conclusión.
¿El portero que renunció? Oí por ahí que llama todas las mañanas a la radio. Protesta indignado sobre el tema del momento (la justa medida de plata a entregarle al recolector de basura a fin de año que hace sonar un silbato y todos tenemos que suponer que quiere plata y por ende salir a dársela; pasear el perro con correa de cuero o con cadena forrada de plata; o centro con luces azules es de maraca o de ciudad del interior en desarrollo), y aprovecha para ofrecerse como laburante en “cualquier tarea”.
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Un poco extraño el nombre del boliche. Bueno, para qué discutir, son reglas de la casa. Esas permisivas que dejan entrar a cualquier persona a pesar de que la capacidad del lugar haya sido superada en un 300 %, y terminar matando. ya no por la última gota de alcohol, sino por algo de aire para respirar. Claro, ahora entendí, para que no se llene no dejan entrar a los que van de pantalón deportivo. Aunque el portero le explique a uno que científicamente está comprobado que las personas que visten pantalón deportivo o usan gorra generan violencia y técnicamente “termina en quilombo”. “Lo dicen las estadísticas, lo dicen las estadísticas”, repetía el portero que explicaba por qué no debía entrar uno al lugar, luego que el anterior portero corriera gritando y llorando. |