Crónica de otro partido que no terminé


Nuevamente el verde césped (sintético) se engalanó con mi presencia. Con la presencia de un jugador muy discutido, un jugador que a veces no corre (porque no puede), un jugador de lagunas importantes dentro de los partidos (del tamaño de tres lagunas Merín y medio), pero con destellos (destellos nomás) que demuestran una clase que jamás se explotó en mi persona.
Una lesión en el calentamiento me había marginado durante mucho tiempo. Una lesión atípica por el tropezón con unas baldosas al oscuro, que me provocaron una caída de pico al piso donde me rompí todo el muslo derecho. Parte del muslo aún está adormecida.
El partido transcurría parejo, como de costumbre perdí la marca en algunas oportunidades. Pero bueno, estaba falto de fútbol, de “taiming” y de estado físico. Ojo, llegué al encuentro con una preparación intensa en lo físico: en un mes salí una vez a correr, corrí tres kilómetros y quedé al borde de la hospitalización. Les decía, un partido parejo donde tomamos un par de goles por llegadas tardes para marcar, pero con la pelota zafaba.
No es poco este último concepto, generalmente juego poco, digamos que tengo una frecuencia bimensual. Pero extrañamente me encontraba seguro con la pelota, algún pase fallido pero sin mayores consecuencias, distribuí bien el balón, por momentos (dos veces) manejé los hilos del ataque, y hasta me animé a rematar de afuera, poco y no la apreté demasiado, no vaya ser cosa que me sienta del aductor. Pero también fui generoso, llegué en posición de ataque por izquierda y cuando tenía remate (un poco difícil por el achique del arquero) decidí tocar hacia el medio donde venía un compañero mejor ubicado. Tá, sorprendido por mi generosidad estando en frente a un arquero, el muchacho supo definir.
El momento de tirar un caño no se había dado. Les cuento: yo disfruto mucho más tirando un caño, que haciendo un gol. Sí, son decisiones personales, pero bueno, a alguno le gusta la carne en barra y a otro el jamoncito crudo.
Hasta que llegó el momento donde tenía que demostrar toda la habilidad nata (y un poco de aprendida, no en vano miro tanto fútbol), una pelota entreverada (por incapacidad propia de tener un balón entre las dos piernas, ni una ni otra, entre las dos, aclaro: soy zurdo) que dejé en el mismísimo lugar donde la tenía, pero con movimientos extraños, bailoteos, amagues, fintas, comencé a desarmar mi cadera. Mi cuerpo estaba poseído, sentía un espíritu ajeno en mi cuerpo, por pocos segundos sentía que el alma de Neymar se había adueñado de mi ser, decidí tocar con zurda hacia afuera para escapar, luego de acomodarla un poquito con una rabona con derecha, hasta que… Siento un volcán, un camión con acoplado, una aplanadora con silenciador, algo que mi vista no registró: un patadón de atrás.
Las pulsaciones estaban a mil revoluciones por segundo, el corazón latía más de lo normal porque lo peor era un fantasma que sobrevolaba entre mis pensamientos. Apenas siento el golpe de esa hacha en mi tobillo derecho, solo atino a saludar atenta y cariñosamente a su madre. Pero yo ya estaba en el piso, ahí tirado, con claros gestos de dolor, señalando al árbitro que llamara a la sanidad porque en ese mismo momento ya sentía cómo me apretaba el calzado por la hinchazón que tenía. Se me fue la mano, no jugábamos con árbitro. Ni la solidaridad de un rival (ex compañero, y claro, es un fútbol 5) me calmó, yo solo buscaba una cosa: boxear al que me bajó. Solo lo suponía (de quién fue hablo, fue de atrás, ¿no entendiste?), porque no alcancé a ver su matrícula. Claro, habían cuatro posibilidades, porque a quién intentaba eludir no puedo contarlo como posibilidad, y dos eran los probables. Alguien sumaba todas las fichitas, alguien que ya me había esguinzado un tobillo por una fuerte entrada de atrás, y otro con el que sistemáticamente tengo problemas. ¿Personales? No, de maneras de ver el fútbol, el problema es que lo resolvemos siempre a su manera. Algún día resolveré a mi manera, tirándole un caño.
Ojo, personas que me conocieron en mi adolescencia estarán desconfiando de lo que escribo, es cierto, yo era uno de esos raspadores que la ausencia de tarjeta roja en un fútbol 5 hacía que mi libertinaje fuera mi método de juego. Hoy soy otro, hoy acepto al diferente, hoy disfruto de la pelota con todas mis limitaciones a cuestas. Solo sueño con tirarte un caño, nada más pido ese regalo a la vida, pero temo que ese día… Ese bendito y ansiado día, no podré contarlo nunca.

2 comentarios:

  1. Insisto en no calificar, hasta que no se modifiquen los niveles acordes a lo que uno sintió leyendo la columna. Ese "Ni fu ni fá", no justifica su existencia.

    ResponderEliminar