Homenajes: el segundo

En este caso el homenaje está destinado hacia alguien que ya no está entre nosotros; pero que sin duda dejó una huella imborrable.
Gustavo Escanlar, entre muchas de sus facetas, escribía columnas en el semanario Búsqueda. Un tipo muy polémico, muy rebelde, y por qué no: un genio.
Es sabido que muy poco es el tiempo que nos separa de su reciente fallecimiento, por esto decidí homenajearlo con una de sus últimas columnas en Búsqueda, publicada el 19 de agosto del 2010.

Mellados y discriminación
por Gustavo Escanlar
Hace un par de semanas escribí sobre el aviso de la Ursec, ese en el que un mellado intenta comunicar, sin éxito, cómo se van a usar, a partir del 29 de agosto, los teléfonos con números de ocho dígitos.
A raíz de aquella columna, se comunicó con nosotros la Asociación de Mellados del Uruguay solicitándonos, muy gentilmente, una rectificación a nuestros dichos. Nos dijeron que nuestras palabras encierran un alto grado de discriminación, y que ello podría estar encuadrado en una figura delictiva. Que los mellados también tienen derecho a trabajar, me escribieron los Mellados Asociados.
Y, en principio, estoy de acuerdo con ellos: todo mellado tiene derecho a trabajar. Lo que todo mellado no podría, ni debería, ni siquiera intentar, es trabajar como locutor. Si tiene dificultades de expresión, si su comunicación es trabada y dificultosa, debería encarar para otro lado.
Lo mismo pasa con otras “capacidades diferentes”. Y  aquí voy, ganándome enemigos:
Un sordo no podría ser discjockey. Un mudo no debería intentar cantar. Un boxeador no podría presentarse a un concurso de baile. Si a alguien le falta una pierna, no podría ser campeón en el salto con garrocha. Un blanco no debería tocar candombe.
Un ciego no debería ser encargado de seguridad de empresa alguna. La vista es fundamental para ver si viene alguien, para comprobar si ese alguien lleva un arma, para embocarlo si la cosa se pone peligrosa.
Un tipo depresivo no debería meterse a humorista. Las radios montevideanas están llenos de tipos rencorosos, resentidos, mezquinos y frustrados intentando contar chistes.
Un paralítico no debería intentar jugar al fútbol. Miren cómo terminó el Muñeco Gallardo, si no, jugando en un cuadro menor de una provincia ignota.
Un enano no debería intentar jugar al básquetbol. Hay ejemplos lastimosos de enanos que intentaron practicar este deporte y no lo lograron, y sólo dieron lástima.
Un parlamentario que no lee las leyes que está a punto de aprobar no debería ser parlamentario. Pero ya me estoy pasando de rosca: mirá sin en Uruguay los parlamentarios no van a saber qué leyes están a punto de aprobar y qué consecuencias van a tener esas leyes.
Así, el Uruguay está lleno de tipos ocupando funciones para las que no son idóneos, simplemente porque nadie se anima a decirles ‘no, loco, no servís para esto, dedicate a otra cosa donde te va poder ir mejor’. Todo porque existe una ley que, interpretada erróneamente, dice que el todo-vale es la mejor medida contra la discriminación. Que cualquiera puede hacer cualquier cosa. Que cualquiera puede cantar. Y así, por no discriminar, terminamos consumiendo cosas como Ricardo Fort, Marcel Dasset o los Curtidores de Hongos. O el mellado de la Ursec.
Cuando yo daba clases, cada tanto aparecía un disléxico que quería especializarse en periodismo escrito, en ciencias de la comunicación. Y no. No se puede, aun cuando existen correctores ortográficos automáticos. Aun cuando la universidad en la que yo trabajaba los necesitara como clientes.
La corrección política puede transformarnos en bichos permisivos. Y de la permisividad a la estupidez hay solo un paso.
El otro día, en Cinecanal, dieron un documental donde los yanquis, tipos que se especializan en estas cosas (en ambas, en la libertad y en la estupidez), debatían sobre la libertad de expresión. Por ejemplo, en un liceo, un tipo confeccionó una camiseta contra los homosexuales. Una bobada, por supuesto. Las autoridades del liceo lo echaron. Pero el tipo recurrió ante la Corte Suprema que, en nombre de la libertad de expresión, dijo que, aun sin razón, al tipo le asistía el derecho de expresarse, y que no correspondía que lo hubieran expulsado. Mirando ese documental me puse a pensar si nuestra ley contra la discriminación no terminará siendo ilegal en el sentido que, para que no se ofenda alguno, termina violando la libertad de expresión de otros.
Así que les digo con todo respeto, sin incitar al odio o a la violencia, a mis amigos los mellados que no cuenten conmigo para que los defienda en su calidad de locutores. Es más, con todo cariño le digo al muchacho que hace los comerciales de la Ursec: no, no te dediques a eso, querido.
Si la reina del lago Merín realmente lo quiere al Mellado debería hacer lo mismo que yo. Debería agarrarlo y decirle, en mitad del comercial, “dejá, dejame que lo explico yo… vos quedate tranquilo, Melladito”.
(Sí, ya sé que no es mellado. Tampoco creo que exista la Asociación de Mellados. Estoy poniendo ejemplos extremos sólo para demostrar mis hipótesis tramposas).


2 comentarios:

  1. El Dogor Escanlar un grande, cuando llegó a mis manos Crónica Roja lo terminé de one.
    Casi siempre en nombre de "Viví Tu Sueño, Sí Vos Querés Vos Podés" (fuckin' Chiquititas!) se termina justificando un montón de cosas.
    Nadie tiene porque ser bueno para todo, y punto.
    A mi me encantaría agasajar a mis amigos al mejor estilo Maru Botana en la cocina, pero se que soy un fiasco.

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  2. No tengo el gusto de haberlo leído demasiado... ya me pondré al día. ¿Me recomendas ese libro entonces? o algún otro.

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