Revelación

En un pequeño pueblo del departamento de Durazno vivía y luchaba un viejo peón del campo (aunque no tanto, los gajes del oficio lo hacían aparentar más). Don José (Artigas no, aclaro) tenía una esposa y algún que otro hijo por ahí, ninguno reconocido. Él no los consideraba como suyos, los llamaba como “la borra de algún vino”. Pero ninguno de estos había sido tenido con su mujer, la doña Isabel, “Isa” para los conocidos.
A José poca cosa le gustaba menos que viajar a la ciudad; un par de horas los separaban a él y su doña del pueblo. Pero muchas veces se les hacía necesario ya que necesitaban hacerse de víveres que el campo no podía engendrar.
En la mayoría de estos viajes don José se encontraba solo, ya que su mujer pocas veces salía de la casa por cuidar a los perros; fieles amigos de la pareja. Pero este domingo era diferente, doña Isa cumplía años y quiso visitar la ciudad junto a José.
Aprovechando el viaje al supermercado darían un paseo por la zona céntrica y visitarían algunas de las plazas para estar un poco en contacto con la gente de la ciudad. Pero tal plan nunca pudo llevarse a cabo, ya que apenas salían del supermercado una intensa lluvia comenzó a invadir las calles de la ciudad. Inmediatamente pasó de un domingo con gente en las calles a una zona puramente habitada por las gotas que caían furiosas del cielo.
José: Vamos a la pulpería de ahí a la vuelta, yo invito Isa.
Isa: No seas antiguo José. Ya no se le dice más pulpería, es un restauran ahora.
Apurando el trote avanzaron por las veredas esquivando los charcos que en pocos segundos se habían comenzado a formar. Hasta llegar al restauran, del viejo Pedro, que siempre supo ser testigo fiel de algún que otro tinto que José se tomaba antes de volver a su casa, luego de hacer las compras en la ciudad.
Mientras Pedro terminaba de servir un whisky a uno de los tantos fieles al lugar (de esos que uno nunca sabe si concurren todos los días por voluntad propia o son extras a los que se les paga para que la gente crea que siempre hay alguien en el bar), cuando escuchó que alguien se limpiaba los pies en la entrada, acompañado del sonido inconfundible de los pasos de una mujer.
Pedro: Pero qué placer que haya venido con su mujer don José, al fin se la conocemos.
José: Bueno bueno, no te hagas ilusiones. A esta ya la marqué hace rato.
Pedro: Mucho gusto señora. ¿Qué se les ofrece?
José: A mí un tinto como siempre, y a la doña un café. Hágame el bien…
Isabel: ¿Un caf…?
José: Un café dije, no se habla más.
Mientras que varios parroquianos torcían todo el pescuezo para estar atentos a la reacción de Isabel, ante tan dictatorial orden de José; ella solamente asintió con su cabeza y contestó:
-Con poca azúcar por favor.
Largo rato pasaron en el bar. Entre tintos, risas con algún otro parroquiano, algunos aperitivos para acompañar, y las clásicas charlas de fútbol. Isabel ya acostumbrada a estas larguísimas y solemnes charlas futboleras de José, se dedicaba mientras tanto a relojear el horizonte, para entretenerse y hacer que corra el tiempo más rápido.
En medio de una discusión sobre la existencia o no de los laterales carrileros Isabel interrumpió a José abruptamente:
Isabel: José, mirá esos que entraron recién.
José: ¿Quiénes?
Isabel: ¡Sh! (Cuchichiando) más despacio José, que nos van a escuchar.
José: (Acompañando en el cuchicheo) No los veo, ¿dónde?
Isabel: Esos de la mesa del fondo.
José: ¿Y qué tienen de malo?
Isabel: Y, son raritos.
Se trataba de dos jóvenes de no más de 25 años que ingresaron al lugar repentinamente, escapando de la lluvia que no cesaba aún. Claramente rompían con el paisaje autóctono del lugar, desde los colores llamativos hasta los propios estados físicos de los muchachos hacía pensar a cualquiera de los presentes que no estaban ante la presencia de dos asiduos concurrentes. En el mundo de los bares, todos se conocen entre todos.
José: ¿Raritos? Son unos botijas nomás.
Isabel: Sí José, ya sé que son botijas. ¿Pero no te parecen raros?
José: Deben ser deportistas o algo así. Esos gurises se andan vistiendo raro ahora.
Isabel: No sé. A mí me parece que son pareja.
José: No digas pavadas Isa. Si son dos hombres…
Isabel: Ya sé, pero deben ser “homosesuales”.
José: No, qué va. Mirá si van a ser “gueis” esos botijas, no ves lo bien que están físicamente. Deben ser deportistas, ya te dije.
La tarde transcurría y las charlas de fútbol también. Los laterales carrileros pasaban al ataque y la discusión era si había que tirar centro atrás o centro a la olla; con enganche o sin enganche. Y los dos jóvenes, muy cercano el uno al otro en la mesa, tomaban té.
José: A ver botija (dirigió su mirada hacia uno de los jóvenes). ¿Vos de qué jugás?
Joven: No, yo no juego.
José: Y tu amigo, ¿de qué juega?
Joven: No, él tampoco juega (al mismo tiempo que miraba a su compañero y esbozaban una sonrisa juntos).
José: (Por lo bajo) Ay estos muchachos, están para la jodita nomás.
Mientras Isabel insistía en cortar las charlas futboleras indicándole tal o cual gesto de aquellos jóvenes, que a ella le hacía sospechar que se encontraba ante una pareja de hombres. Pero José descartaba toda posibilidad argumentando que eran dos “jóvenes malcriados que lo único que hacen es estar pa’ la pavada”.
Isabel: (Cuchichiando) Mirá mirá José. Mirá cómo le pasa la mano por atrás de la espalda al otro.
José: No jodas Isa, ¿no ves que viene “fos-por” noticias? Subíle ahí Pedro, que los muchachos quieren ver también.
Mientras la voz del colorado Liberman ambientaba la escena del bar, junto a algunos cantos de envido, flores y contra-flores; los jóvenes seguían su acercamiento en la mesa, cada vez más. Uno le sacaba una basurita del pelo al otro, e instantáneamente Isabel llamaba la atención de José golpeándole el hombro para contarle. Éste pocas veces respondía, ya que su tinto y las noticias deportivas lo tenían atrapado.
Un andar muy quebradizo de uno de los jóvenes hizo que Isabel disimulara al mínimo su reacción ante el otro joven que quedaba en la mesa. Tal fue el exabrupto que ésta terminó derramando el vino de José, al intentar llamarlo y observar al muchacho al mismo tiempo.
José: ¿Qué hiciste Isa? Justo ahora que estaba viendo los goles de la fecha.
Isabel: (Cuchichiando, como siempre desde que entraron los jóvenes) ¿No viste cómo caminaba?
José: Qué se yo Isa, se estaría cagando…
Poco rato después, probablemente intimidados por las miradas sobre ellos, los jóvenes decidieron retirarse; acosados inclusive desde la ventana por la desesperada Isabel, quien nunca paró de observarlos intentando comprobar lo que veía.
Seguidos esta vez también por la mirada de José, quien la desvió del televisor durante un instante, porque la pausa comercial lo dejaba: ambos jóvenes comenzaron a besarse románticamente a las afueras del bar. “Dos de oro” casualmente decía un parroquiano que jugaba un truco; y así era la mirada de Isabel ante ese beso, que no hacía otra cosa que comprobar lo que venía diciendo, pero que igual la seguía sorprendiendo.
Isabel: ¿Viste que te dije José?
José: (Con el gesto incambiado, como todavía esperando que Fox Sports volviera de la pausa para ver los goles de Alemania) Y sí, a mí ya me había parecido raro que no dijeron nada del golazo de Messi…

La mirada desconcertada de don José. Al otro día aún no podía entender cómo los muchachos ni si quiera daban vuelta la cabeza para vichar los diez mejores goles de la semana.
PD: Historia inspirada en hechos reales.
PD2: Los lugares no son reales, ni tampoco los nombres de los personajes.

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